La bella durmiente
Había una vez un rey y una reina que, por largo tiempo, esperaron un hijo que no llegaba. Y cuando por fin la vida les regaló una niña, la alegría fue tan grande que quisieron compartirla con todo el reino.
Organizaron una celebración llena de luz y de promesas. Invitaron a todas las hadas que pudieron encontrar para que bendijeran a la pequeña con dones de belleza, bondad y gracia. Pero olvidaron invitar a una. Una vieja hada que había sido olvidada por los años y por los hombres.
El rey, aterrado, ordenó que todos los husos fueran destruidos. El tiempo, sin embargo, sigue su curso sin detenerse ante decretos. Y la niña creció, rodeada de ternura y cuidados, sin saber que en algún rincón del destino la aguja la esperaba.
Un día, al cumplir los quince, la curiosidad la llevó a una torre olvidada. Allí, una mujer anciana hilaba en silencio. La joven, sin saber, tocó el huso y cayó, como una flor cerrándose al anochecer. Un sueño profundo la envolvió.
El hechizo no se detuvo en ella. El palacio entero cayó en letargo. El rey, la reina, los sirvientes, los animales, hasta el viento pareció dormirse. Y con el paso de los años, un espeso bosque de espinas y silencio cubrió el castillo, como si la vida misma quisiera proteger aquel sueño.
Pasaron los años. Las generaciones olvidaron el cuento, hasta que un joven príncipe, guiado por rumores y corazonadas, encontró aquel muro de espinas. La maleza, como si reconociera el latido de algo puro, se apartó para dejarlo entrar.
Y allí, en la quietud del tiempo detenido, la vio. Dormida, intacta, hermosa como solo la eternidad puede moldear.
El príncipe se acercó, y sin más poder que la ternura, posó un beso sobre sus labios.
Los ojos de la princesa se abrieron. El hechizo se rompió como un cristal. El castillo despertó: las velas, los relojes, los corazones. La vida regresó sin prisa, pero sin marcha atrás.
El príncipe y la princesa se miraron y, sin necesidad de palabras, supieron que aquel encuentro era más que un azar. Pronto se casaron, y el reino entero celebró un despertar que había dormido por cien años.
Y así, entre danzas y campanas, la historia de la Bella Durmiente se cerró, como un sueño que, al fin, aprende a despertar.
Un cuento de Charles Perrault, escrito en forma original

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