- Buenas tardes, caballero . He tardado. Perdóneme. El taller. . . Hoy es Sábado y tuvimos tarea . Hubiera querido ser puntual, pero fue imposible. Yo no tuve la culpa . . .Perdóneme haberlo hecho esperar.
Roberto cerró el libro que leía y se quedó atónito, escuchando a la joven. Era una modistilla de unos veinte años fragantes y primaverales, mórbida, escultural, cálida, ondulante, una de esas modistillas de grandes talleres que adquieren la elegancia y la desenvoltura de las altas damas aristocráticas y de las grandes cocotas parisinas, cuyo trato frecuentan a diario .
- Usted se equivoca, señorita,- dijo, sonriendo benévolamente.
- No, yo no me equivoco . No es usted americano? Y la modistilla sacó de su portamonedas de terciopelo bordado un periódico que tendió al joven .
Roberto leyó :
- "Joven americano, simpático, distinguido y rico, desea señorita guapa y bien formada para protegerla . Escribir a lista de correos, billete de cien pesetas número 10,865" .
Acabada la lectura del anuncio, sonrió con su sonrisa de benevolencia, e iba a hablar, pero la joven le interrumpió .
- Y usted también ha escrito esta carta, y eso no lo puede negar.
- Y sacó nuevamente del portamonedas una esquela escrita en fino papel de hilo y se la dio .
"He recibido tu carta . Es preciso que hablemos y que nos conozcamos previamente. La espero esta tarde, a las seis y media, en el Parque. Cenaremos juntos. Me encontrará detrás de la glorieta, cerca del puente del estanque" .
Y la joven continuó :
- Usted es americano, simpático y distinguido, y está sentado detrás de la glorieta y cerca del puente del estanque, no es as¡?
- Efectivamente, hay algunos puntos de contacto . Pero yo no he puesto ese anuncio, ni he escrito esa carta,- dijo con su imperturbable sonrisa.
- Y cómo se encuentra aquí entonces?
- Vengo todas las tardes a leer . Me gusta la tranquilidad de estos lugares.
- No, no me convence. Usted lo niega todo porque se figuró que yo sería guapa y elegante. . .que sería una señorita distinguida . . . y se ha desengañado . . .
- y el rostro de la modistilla se tiñó de grana y sus ojos se llenaron de lágrimas . Para Roberto Alvarez, poco avezado a conquistas y amoríos, aquella aventura era desagradable porque lo ponía en una situación difícil, cuya salida no adivinaba, no obstante lo cual se resolvió a decir algo .
- Señorita: mi caballerosidad me impide engañarla . Yo no he escrito ni el anuncio ni la carta que usted me ha dado a leer. Si yo hubiera creído que por ese medio había de tener amistad con una chiquilla tan guapa como usted, lo habría hecho ; pero no sé . . .no me agradan esas cosas . . .
Ella lo miró con los grandes ojos aterciopelados, llenos de lágrimas que le bañaban el rostro, y dijo :
- Qué vergüenza. . . Usted se pensará que soy una mujer vulgar, una de esas. . . Si supiera usted. . . Es triste, horrible. . .- Y escondió el rostro entre las manos, aristocráticas y pulidas .
Roberto la miró largamente . Era hermosa aquella muchacha que lloraba a su lado y tenía unas divinas manos de marquesa galante, que nunca supo de la mordedura de las agujas, ni del calor de la plancha .
- Yo siento- dijo- haberle dado esa pena; pero si usted quiere, podemos ser amigos. Usted buscaba un protector y yo lo seré, sin que usted adquiera ninguna clase de compromiso conmigo . Y en prueba de que no pienso mal de usted, me permito invitarla a que acepte, hecha por mí, la invitación que le hacían en la carta para cenar esta noche .
- Usted me convida?
-Sí. Y no pensará mal de mi?
- Por qué voy a pensar mal de usted? Usted tiene ojos llenos de bondad, y no puede ser mala .
-Gracias. Es usted muy amable. Sois todos los americanos amables.
Hubo un silencio embarazoso de las personas que no saben qué decirse . Roberto sonreía pensativo y ella rompió :
- Qué vergüenza! . . . Las cosas que pensará usted de mí . . .Una mujer de anuncio . . .
- Pienso en la hermosa casualidad que me ha proporcionado el placer de ser su amigo .
- Una casualidad . . .- repitió la joven ensimismada.
-Y qué más da?. . .La casualidad es la gran zurcidora de las vidas .
-iOh, pero yo le conocía a usted mucho!
-Me conocía usted, dice?
- Si, le he visto a usted muchas noches en el Salón Doré . Además, no vive usted en la calle de Louria?
- Efectivamente, vivo allí .
- Yo también vivo por allí y muchas veces, al verle pasar . . .-Y la modistilla bajó la cabeza avergonzada .
- Que muchas veces qué? Diga usted, no tenga vergüenza .
- Usted va a pensar cosas malas de mi y me despreciará luego . Si usted supiera todo . . .- Y nuevamente los ojos de la joven se humedecieron en llanto, y se apretó contra Roberto como poniéndo se bajo su amparo, bajo su perdón .
Roberto tomó una de las aristocráticas manos de la modistilla y la oprimió suavemente.- Hable usted- dijo- hable usted. No le de pena . Si usted quiere seremos buenos amigos . . .Seremos novios. . .
Ella fijó en Roberto sus grandes ojos soñadores en una larga mirada indefinible, y suspiró.
- Hace tiempo que le conozco- dijo blandamente- Muchas veces me decía que habría de ser una gran felicidad tener un novio como usted, guapo y elegante, para hacer rabiar a las amigas . En ocasiones fui tras usted, como un hombre va tras una mujer ; pero usted nunca se fijó en mí, y yo, al fin, tuve vergüenza . Cuando leí ese anuncio, el corazón me latió y algo secreto me dijo que usted lo ponía y por eso yo contesté, y por eso he venido aquí . . .
Roberto la oía embelezado y le acariciaba las sienes y las orejas, pequeñitas y sonrosadas.
-Hoy -continuó ella- le ví a usted cuando entraba al Crédit Lyonais. Yo pasaba por la Rambla .
-Si, fui a sacar dinero . Mañana me marcho a París .
- Se va usted mañana?. dijo ella, dolorosamente sorprendida.
--Si, pero apenas por un mes .
- Oh, un mes. . .Y conocerlo hoy . . . Mejor no haberlo conocido así.
-Quieres venir conmigo a París?
- A París?- los ojos de la modistilla se abrieron, atónitos .
- Si, vienes a París, estamos un mes juntos, te divertirás mucho y haces allá tu ropa de invierno .
-Y después que regresemos de París?
-Oh, entonces ya nos querremos mucho y no podremos separarnos.
-iQué bueno es usted!
- Y los dos jóvenes se vieron largamente a los ojos, enlazadas las manos .
-Y tu madre?. . .Qué dirá tu madre?. . .
- Ah, cierto. . .- dijo la joven con voz compungida ; y después de un rato de meditación sus ojos se iluminaron y tomando entre sus manos una de las de Roberto, exclamó gozosa :
- Ya sé, ya sé: le diré que de la Casa me han encargado de ir a París a buscar las nuevas telas de la temporada y las cosas de la estación, ves?, y mamá se quedará contenta . . .
-Eres pillina tú- dijo él paternalmente,-Porque te quiero, tontín .
- Bueno, vámonos, que yo tengo que ir a comprar los pasajes .
- No, aún es temprano . Por qué no damos una vuelta por ahí hasta que sean las siete y media? Tomamos un coche y allí iremos solitos, sin que nadie nos mire .
- Y la joven lo dijo tan mimosamente que Roberto no pudo resistirse por más tiempo.
-Bien, vamos.
El coche se arrastraba pesadamente con su carga de amor. Los cocheros de las ciudades populosas son grandes psicólogos que adivinan al primer golpe de vista cuando no hay necesidad de reven tar el caballo para ganarse un duro. Además, el señorito al subir con su novia le había dicho : "Tire usted por donde quiera", y eso era suficiente para que él comprendiera que debía ir por las calles más oscuras, por las de menos tránsito,
Por las ventanillas de la berlina se colaba un airecillo fresco que ponía crispaciones en el cuerpo . La modistilla se apretaba a Roberto mimosamente, con voluptuosidades de gata, y lo palpaba y lo besuqueaba en una explosión de ternura.
Ante lo imprevisto de la aventura y ante la escultural belleza de su compañera, que podía apreciar se bien en aquel reducido y móvil nido de amor, el joven se dejaba querer, entornados los ojos, fingiéndose todo aquello como un sueño hermoso que podía acabarse, romperse, al menor movimiento suyo .
La modistilla lo sacó de su encanto : No me quieres- suspiró
- no me quieres como yo a tí .
- Si te quiero ; pero no sé, no puedo, no quiero hablar. .
- Dame un beso . . . Y las bocas de los dos se juntaron en un beso hondo, largo, silencioso .
El coche se detuvo en la Gran Vía, esquina del Paseo de Gracia, y la modistilla descendió de él .
- Bien, nos veremos en la Plaza Real, para cenar en El Suizo o en el Lión D'Or, no?
-Sí, a las nueve estaré allí- Bueno, yo iré a comprar nuestros pasajes. Adiós.
- Hasta luego . Y el carruaje partió, camino de las Ramblas, y la modistilla subió a uno de los mil coches del tranvía que hacia distintos puntos de la ciudad pasan por aquel sitio . Ya solo, Roberto se entregó a dulces pensamientos.
Indudablemente, la casualidad era la gran zurcidora de enredos y aventuras . El, que siempre llevó una vida apacible, libre de líos amorosos, que siempre traen disgustos y complicaciones más o menos graves, verse comprometido en una historia tan extraña, tan llena de coincidencias que parecía cosa de novela .
Y francamente había para contentarse, 223 porque Consuelo, la modistilla, tenía un dulce nombre, unos bellísimos ojos, un cuerpo escultural y serpentino y un candor y una ingenuidad infantiles. . .
iY tan enamorada que estaba de él, y desde tanto tiempo. . .y él sin saber nada! En la Compañía Internacional de Vagones el coche se detuvo y Roberto entró.
-Deme dos billetes de primera para París- dijo .
El empleado respectivo lleno dos carnets los selló y los extendió al joven .
-Qué valen?- preguntó Roberto .
-Doscientas cuarenta pesetas .
Roberto se llevó la mano al bolsillo interior del chaqué y palideció de ira y de vergüenza.
- Perdóneme, caballero- dijo-Ya volveré por la mañana . Me han robado la cartera .
Autor: Ricardo Miró
Análisis literario del cuento Lo imprevisto.
La vida, en este episodio, deja una advertencia tan vieja como vigente: la ingenuidad no embellece; la ingenuidad expone. Es un peligro disfrazado de inocencia. Quien cree demasiado pronto termina pagando el precio en vergüenza, en desengaños… o en dinero.
Porque sí: el dinero también se cuida, y se cuida ante todo. La gente honesta no llega con historias enredadas, ni con urgencias repentinas, ni con zalamerías exageradas, ni con esa falsa familiaridad que intenta acortar distancias para meterse en tu confianza.
Cuando alguien empieza a hablarte como si te conociera de toda la vida, cuando te adula sin razón, cuando te envuelve en cuentos improbables, hay que tener mucho cuidado. No se puede dar tanta confianza a una persona extraña en pocos minutos.
Hay que ser objetivos, observar, desconfiar un poco y no dejar que la ilusión —o el deseo de sentirnos especiales— nos tape los ojos. La vida no es un cuento color de rosa, y quien se mueve por el mundo como si lo fuera termina siendo presa fácil.
La prudencia es un escudo; la ingenuidad, un agujero en la armadura. Y este relato lo demuestra con claridad: no basta el corazón bueno… hay que tener la mente despierta.

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