La Paloma y la Hormiga

Fábula de Esopo sobre la gratitud
Fábula de Esopo sobre la gratitud

En las orillas de un arroyo sereno, cuyas aguas discurrían cristalinas entre verdes musgos y piedras pulidas, una pequeña Hormiga se afanaba en una de sus diarias y laboriosas travesías. 

El sol del mediodía caía con rigor y su diminuto cuerpo sentía la imperiosa necesidad de refrescarse y beber. Con suma cautela, descendió por la resbaladiza pendiente de la ribera, buscando un lugar donde el caudal fuese menos impetuoso.

No obstante, la astucia del río es superior a la diligencia de la hormiga. Una ráfaga inesperada de viento agitó las hojas, y la tierra bajo las patas de la Hormiga cedió. 

En un instante, la pobre criatura se vio arrastrada por la veloz corriente. Sus seis patas luchaban desesperadamente contra la fuerza del agua, pero su minúsculo esfuerzo era inútil. 

Giraba sin control, hundiéndose y saliendo a flote, mientras la desesperación se apoderaba de su alma. Estaba a punto de perecer ahogada en el vasto y cruel arroyo.

Casualmente, sobre las ramas de un frondoso árbol que se inclinaba sobre la orilla, una gentil Paloma de plumaje níveo y ojos vivaces se había posado para descansar. 

Desde su privilegiada altura, la Paloma observó con compasión el dramático forcejeo de la Hormiga. Movida por un instinto bondadoso y sin pensarlo dos veces, decidió actuar.

Con celeridad, la Paloma desprendió con su pico una hoja robusta del árbol. Con precisión asombrosa, la dejó caer justo al lado de donde la Hormiga era llevada por la corriente. La Hormiga, agotada y al borde del desfallecimiento, logró con un último esfuerzo trepar sobre la improvisada balsa verde. 

La hoja, arrastrada lentamente por el agua, finalmente llegó a la orilla. La Hormiga desembarcó, temblando pero a salvo, y se secó al sol en una piedra calentada. 

Con una mezcla de asombro y profunda gratitud, alzó la vista y, aunque no pudo agradecerle con palabras humanas, sus pequeños ojos brillaron en reconocimiento a su noble salvadora, la Paloma, que seguía observándola desde la rama.

Pasaron algunos días. La Hormiga, sin olvidar nunca el favor inmerecido que le había salvado la vida, continuaba con sus quehaceres cerca del mismo arroyo.

Mientras la Paloma, ajena a todo peligro, se entretenía posada en la rama de un olmo, un Cazador de pájaros, sigiloso y astuto, se acercó al árbol. 

El hombre, de aspecto curtido y mirada concentrada, llevaba en la mano un lazo de cuerda (o un arma de proyectiles, según la versión) listo para atrapar o abatir a la confiada ave. 

Se deslizó entre los arbustos con lentitud felina, cuidando de no hacer el menor ruido. Se posicionó a una distancia óptima, levantó su arma y apuntó a la Paloma, que no sospechaba la inminencia de su fatal destino.

Pero la Hormiga, que en ese preciso momento caminaba por el suelo recogiendo un grano, levantó la cabeza y vio la escena con espanto: al Cazador agazapado, y a su bienhechora, a punto de ser atacada.

No había tiempo para cavilaciones ni para buscar ayuda. El Cazador estaba a punto de soltar su arma. La Hormiga recordó al instante la deuda de vida que tenía con la Paloma. Sin dudarlo, y con toda la velocidad que su cuerpo le permitía, corrió hacia el pie desnudo (o el talón, que asomaba bajo la bota) del Cazador.

Con toda la fuerza de su mandíbula, la diminuta Hormiga clavó una mordedura aguda y dolorosa en el talón del hombre. El Cazador, al sentir el repentino y agudísimo dolor, lanzó un grito ahogado de sorpresa y, perdiendo la concentración y el equilibrio, soltó el arma o falló el tiro.

El ruido del grito y el movimiento brusco del hombre alertaron de inmediato a la Paloma, que hasta entonces había estado tranquila. Al mirar hacia abajo, vio al Cazador retorciéndose de dolor y a la pequeña Hormiga huyendo velozmente. Comprendiendo al instante el peligro que había corrido y quién la había salvado, la Paloma batió sus alas y se elevó en un rápido vuelo hacia el cielo, fuera del alcance de cualquier cazador.

Así, la Hormiga pagó con creces su deuda de gratitud, demostrando que la bondad ofrecida desinteresadamente jamás es olvidada, y que hasta el más pequeño de los seres puede salvar la vida del más grande.


 Moraleja

"La gratitud es el recuerdo de los favores recibidos. Siempre debemos ser agradecidos, pues un pequeño favor, por humilde que sea, puede tener una gran recompensa en el momento de mayor necesidad."

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